Nos encaminamos a una Tercera Guerra Mundial, y la gente en Occidente duerme y se refocila plácidamente sobre un polvorín. La mecha que puede hacer saltar por los aires este polvorín está muy cerca, pero las masas siguen apacentando la consigna pentagonal y otanista, en boca de pequeños empleados del Gran Capital Especulativo: «no podemos permitir que Rusia se apodere de Europa».
El polvorín no es polvorín: es una miríada de cabezas nucleares que, aun siendo utilizadas moderadamente, de forma táctica y «con perfil bajo», significa el fin de Europa en caso de ser utilizada, nuestro fin nada más y nada menos. No era suficiente con destrozar un país entero, Ucrania, y emplear a su gente como carne de cañón. No era suficiente con alimentar sueños nacionalistas y supremacistas con el fin de desgajarle de su órbita natural rusa. Era preciso, y será preciso, en palabras del «pequeño Napoleón», enviar tropas europeas abiertamente, y no ya en calidad de mercenarios pseudoucranianos, como se ha hecho hasta ahora, sino enrolando a los nuestros y poniéndoles uniforme y armamento encima.
Macron, pese a su engañoso apellido, que etimológicamente remite a «lo grande», es un hombre muy pequeño. Y los pequeños que desean demostrar grandeza sin poseerla, resultan peligrosos. Macron, al igual que Sánchez y al igual que todos los pequeños hombres que lideran el Occidente colectivo, quiere llevarnos locamente a un enfrentamiento bélico con un gigante. El pueblo ruso, hasta donde llegan nuestras noticias, ya no es como los pequeños pueblos de Occidente. El pueblo ruso aún conserva unas grandes dosis de patriotismo y fe cristiana en una buena parte. Es un pueblo que ha sufrido lo indecible para poder derrotar a los nazis, primero, y para poder superar el estalinismo, después.
La última gran oleada de sufrimiento le tocó a la caída del régimen soviético, momento histórico perdido para la necesaria edificación de una Gran Europa. Quienes ya no eran «comunistas» y no podían representar amenaza alguna para Occidente, siguieron siendo tratados como enemigos en caso de resistirse (como resistieron) a ser rebajados a la condición de despojo para el neoliberalismo. Se encontraron con una reacción: Rusia no sería nunca más un despojo y supo aglutinarse en torno a un caudillo con visión nacional, Putin.
El error de los enanos que lideran Europa fue mayúsculo. No abrazaron a una hermosa nueva novia, sino que -a instancias de los norteamericanos- se abalanzaron como hienas a violarla y despojarla. Rusia, ya suficientemente desmembrada y ultrajada en la era Yeltsin, conservó dignamente el núcleo de su nacionalidad y patriotismo, y no se dejó.
Aumentarán más y más los presupuestos de la Unión Europea para «defensa», y mientras tanto la escuela se degrada, la sanidad se derrumba, el campo se abandona y la productividad se desploma. Nadie quedará con facultad productiva para poder aportar impuestos: todos nos estamos volviendo «dependientes». Quien no viva de una paguita, vivirá de una subvención, y la jungla de los perceptores de ayudas se volverá insostenible: será una guerra lobuna y hobbesiana, lucharán los viejos subsidiados contra los nuevos, los alógenos contra los autóctonos, y el desmadre se apoderará de un continente «viejo» no porque sea muy nuevo el del imperio americano, sino viejo por envejecido. Un continente alienado y apto, según nuestros pequeños Macrones, para recoger a media África.
Se anuncia un gran oscurecimiento. Una convergencia de catástrofes, como decía Guillaume Faye. Europa se va empobreciendo a marchas forzadas, sometida a un marco legislativo no emanado de las necesidades de sus pueblos sino de la «realidad virtual» en la que viven estos pequeños líderes que no saben cómo empezar la guerra, aunque les seduce el juego, pues hasta el matón del barrio, el gendarme del mundo, conocido como el hegemón norteamericano, puede hacerse a un lado en cualquier momento. Ya huyeron haciéndose pis en Vietnam y Afganistán
Los pequeños Macrones y Sánchez, sometidos a todo tipo de lobbies, ¿quiénes son? Son los pequeños líderes que saben presionar a sus pueblos (las unidades mamporreras de Marlaska, ministro de interior español, dan buena cuenta de lo que nos aguarda), pero ellos, tan rudos con su pueblo, se comportan en Bruselas y en cenáculos ocultos como boñigas que, en el suelo, se dejan aplanar por las más variadas botas. En España y Europa, las botas que mejor pisan a este tipo de líderes, con poder de compra y alquiler a las furcias con maletín y escaño, son las botas de marroquíes y de árabes.
Estos «profesionales» de la autoventa, esta variante de la política cercana a la prostitución, son, ni más ni menos que la mayoría de nuestros políticos, dispuestos todos a llevarnos a una guerra mundial sin que los parlamentos, sindicatos, partidos, oenegistas , y demás “nomenklatura, diga «esta boca es mía»
Habrá mucha muerte y mucha hambre antes de que Europa despierte. Los rusos fueron parte de Europa: hoy nos ven como una carcoma irreconocible. Moralmente no tenemos nada que ofrecer: el genocidio eslavo y el genocidio palestino se suman a cientos de genocidios anteriores. Las manos manchadas de sangre de la OTAN y de los pequeños ejércitos que matan como franquicias del Pentágono (mataron ya Serbia, Libia, Iraq, Palestina…) no son buenas manos para construir un futuro.
He visto el video reciente (nauseabundo) de un señor mayor, defendiendo la agricultura española, y recibiendo palos y malos tratos por parte de unos funcionarios reconvertidos en matones. La misma contundencia no se suele ver en la defensa de nuestras fronteras y en la vigilancia de nuestras calles ante los bárbaros y los delincuentes. Si un día el «Occidente colectivo» fue un imperio, hoy vemos que no ofrece nada: sólo un futuro de degradación. Estos pequeños Macrones son un peligro para el pueblo, pero voy a decirlo más alto: son un riesgo para la humanidad. Si callamos, seremos destruidos. No podemos dejarles en su poltrona. Son enemigos del pueblo.